El jueves pasado, día 16, volvió al Nasti Pablo Díaz-Reixa, "El Guincho", ese canario afincado en Barcelona que tiene el panorama musical revuelto desde hace casi un año, cuando "Pitchfork Media" encumbró su disco debut "Alegranza". Pocos días después de que el disco se reeditase a nivel mundial y con una gira junto a Vampire Weekend pendiente, el concierto en Madrid se anunció como el único antes de comenzar la presentación del album. Con todo el papel vendido, la ocasión parecía interesante.
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Y digo parecía porque mi opinión sobre El Guincho volvería a cambiar para quedarse donde estaba la primera vez que escuché el disco. Es "Alegranza" para mi, un disco con una primera escucha divertida. Y punto. Aburre cuanto más se escucha por monótono tanto dentro de cada canción como de pista a pista, aunque hay que reconocer que para haberse hecho en una tarde encerrado en su habitación como cuentan los mentideros de Internet, mérito tiene.
No es menos cierto que recupera los ritmos africanos (hay quien dice canarios, mis conocimientos sobre la cultura guanche no llegan tan lejos), que es alegre y que invita al baile. Ahí es donde El Guincho me sedujo. En el último Primavera Sound, su actuación, programa con acierto en la madrugada, solo en el escenario defediendo su propuesta a golpe de (una) baqueta y un micrófono, a los mandos de una orgía de botones, El Guincho no dejó que la multitud (allí no cabía un alma) dejase de bailar y agitarse al son de sus ritmos, percutiendo en la parte más profunda de nuestros cerebros reptilianos con ritmos más propios de danzas vetustas que de la modernidad electrónica que sus cacharros exhiben.
Hubo que sacarle de allí a la fuerza. Y al parecer algo semejante pasó la última vez que visitó el Nasti en febrero y en mucho de los conciertos que ha dado durante el verano. Y eso era lo que esperaba.
Desgraciadamente no fue así. Aunque a priori estaba todo vendido, el ambiente en la sala no era demasiado agobiante, lo cual se agredecía, pero se apreciaba cierto tufo de modernidad (¿quizá emanada del omnipresente Johan Wald?). Bastante puntual para lo que suele ser común en los escenarios madrileños, Pablo apareció acompañado por un percusionista. Con ello las decepciones comenzaban. Uno de los atractivos del canario era sin duda su condición de hombre orquesta. Si a esto le añadimos el pésimo sonido de la sala, con un baffle rajado para los bajos y el intento de dar un nuevo aire a las canciones (ya de por sí escasas, aunque presentó algún tema nuevo, tuvo que repetir canciones para los 3 ó 4 bises que hizo con cada intento de irse del escenario) unido a la limitación de recursos de El Guincho, el resultado no podía ser positivo: la definición de las canciones era paupérrima para un grupo en el que la necesidad de un sonido límpido es perentoria.
La voz quedaba absolutamente enterrada bajo una bola de ruidos y no era inteligible ni entre canciones y, reconozcámoslo, El Guincho puede dar una sesión genial a altas horas de la noche, con la gente más que dispuesta a darlo todo, pero queda muy limitado en cuanto a recursos como para mantener un espectáculo semejante por sí solo.
Para mi, es necesario que alguien encauce la amalgaba de sonidos con la que El Guincho juega. La idea es buena, los ritmos son vibrantes, pero la receta con la que combina todos los ingredientes es demasiado tosca. Díganle a Matthew Herbet que se deje de pedir sonidos a sus fans y le dé un repaso a este chico de cómo se hace música.
Un video de muestra:
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